fbpx

Descarga Sarao_ Historias Mexicanas LGBTQ+ // 2020

Tiempo de lectura: 1 minuto

Bienvenidas, bienvenides y bienvenidos

Sarao_ es una fiesta de letras 📗📕📘📒que por segundo año ha recopilado historias LGBTIQ+ de México. Sarao_ es una compilación de 17 historias que nos muestran diferentes perspectivas de cómo viven o han vivido las personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales o queer.

Descarga el libro“Sarao_ Historias Mexicanas LGBTIQ+”🌈 emociónate con las historias y compártelo en redes con el HT #Sarao2020


Te pedimos que llenes un breve formulario. Que lo disfrutes  #Sarao2020

El libro se descargará en una ventana nueva, por lo que te sugerimos habilites las ventanas emergentes (pop up). Si tienes alguna dificultad,  envía un mail a robsmx52@gmail.com

 



Si quieres descargar la versión 2019, da clic aquí

 

La frente en alto, el cuerpo firme y el orgullo de ser LGBT+

Tiempo de lectura: 8 minutos
La expectativa era mucha en whatsapp, al día siguiente se pasaría a una primera votación de tres iniciativas trascendentales para las personas LGBT+: el derecho a la libre identidad, tipificación de crímenes de odio y la prohibición de las llamadas “terapias de conversión para gays”. Para las altas horas de la noche previa, grupos conservadores ya habían ejercido presión en los diputados del Congreso del Estado de Jalisco, con cabildeo y la promesa de una manifestación al día siguiente; lograron que decidieran hacer foros de debate en torno a las iniciativas, antes de su votación final.

La tensión y la expectativa de lo que sucedería era mucha, a las 10:00 am tenían una cita con lo desconocido. ¿Cuántas personas irían de los conservadores? ¿Cuántas personas irían de grupos LGBT+? ¿Habría enfrentamientos? ¿ se congelaría la votación de las iniciativas? No quedaba otra que esperar.

04 de diciembre 10:00 hrs.

El debate, en días previos, había estado en las redes sociales y en los medios de comunicación, este día se materializaría afuera del Congreso del Estado. Por su parte los grupos conservadores se reunieron en el cruce de Federalismo e Hidalgo, marcharon hasta plaza liberación y se manifestaron en la puerta. Con consignas como “No te metas con mis hijos” y pancartas con información érronea, sobre lo que ellos creían que se trataban las iniciativas, caminaron hasta la puerta del Congreso del Estado de Jalisco.

Por su parte los grupos LGBT+ habían acordado reunirse a las 10:00 am en el quiosco de Plaza de Armas, contigua a Plaza Liberación y la entrada al Congreso. La propuesta era llevar la bandera de arcoíris, de más de 60 metros de largo de Jaime Cobián, y llegar caminando hasta la entrada al congreso.

Los días previos, la coordinación de los LGBT+, estuvo en un chat de whatsapp con 15 personas representantes de colectivos, asociaciones civiles, instituciones de profesionales y funcionarios de gobierno. “Con 20 personas que vayamos mañana para cargar la bandera la hacemos”, escribió Jaime Cobián, activista con más de 30 años en la lucha por el reconocimiento de las personas LGBT+. Teniendo 15 representantes de grupos y organizaciones en el chat, la tarea parecía sencilla.

La noche antes, la incertidumbre se apoderaba de todas y todos en ese chat. “Me habló una persona muy preocupada, que el día de mañana los grupos conservadores llevarán como un millón de personas para la manifestación de mañana” nos compartió Juan Francisco Padilla. El fue el principal contacto con el diputado Salvador Caro, autor de la iniciativa, y quién era el enlace de trabajo con el equipo del diputado. Juanfra, como lo nombran sus amigos, es un sobreviviente de los Esfuerzos para Corregir la Orientación e Identidad Sexual (ECOSIG), comúnmente llamadas “terapias de conversión”, a las que lo obligaron a ir por más de tres años, para “curarse” de ser gay.

Mientras que los mensajes no dejaban de correr la noche previa, este día a las 10:30 am, no habían llegado más que cinco personas. La bandera ya estaba lista para ser desdoblada y mostrar su esplendor en la puerta del congreso. Lo que no estaba listo era el equipo que la ondearía con orgullo a través de Plaza Liberación. Dos personas pidieron una disculpa por no poder asistir, debido a que no lograron conseguir permiso en su trabajo. Se entiende, ya que no es el trabajo remunerado al que nos dedicamos de muchos de los que nos sumamos. Pero en el chat quedaban 8 personas más con todo y las instituciones que representan.

Yo iba tarde, por las mismas razones de trabajo. Pero tenía que acudir y hacer presencia en apoyo a la aprobación de estas iniciativas que significarían un alivio y la salvaguarda de la vida de muchas personas LGBT+, quienes debido a la discriminación pudieran llegar incluso hasta suicidios, como algunos casos de víctimas de los ECOSIG.

Arribo a Plaza Liberación, caminando en sentido contrario de calle Hidalgo; a una cuadra de distancia, observo un cúmulo de gente vestida de blanco que obstruyen la circulación de la calle. Alrededor de unas 80 personas con pancartas y altavoces gritando: No te metas con mis hijos, que los padres de familia tienen el derecho instruir a sus hijos en el camino del bien, orientarlos y mucha más información que claramente, sus líderes tergiversaron para evitar que se apruebe, en específico, la ley de identidad y la prohibición de los ECOSIG.

Paso a un lado del contingente conservador y veo que están conectando unas bocinas grandes, osea, traen todo listo para el show. Sigo adentrándome en la explanada de la Plaza Liberación, buscando a las 5 personas LGBT+ que dijeron estaban ahí, conforme a lo acordado un día anterior. Sigo caminando y justo a una lado del asta central de la plaza encuentro a Jaime Cobián, Juanfra Padilla, Carlos Arpio, Genaro Martínez, Gerardo León, Leonardo Espinoza, Candy Chavez, Jaime Aurelio y Lilia Ruiz. Todos reunidos alrededor de un bulto de tela de como 50 centímetros de alto, envuelto en una manta color azul. Regreso mi mirada hacia la entrada al congreso y veo a las más de 80 personas lanzando consignas en contra de las iniciativas. Lanzo una pregunta al aire: ¿Y ahora qué vamos a hacer? Con todo el miedo y el escepticismo que ello implica; incluso con las ganas de que me respondieran: pues vámonos, no hay nada más qué hacer aquí. Todos nos mirábamos entre nosotros y volteamos a ver al grupo de blanco, el de los conservadores. Definitivamente estábamos en desventaja.

Nadie respondió mi pregunta. Jaime Cobián comenzó a desenredar la manta azul que estaba a sus pies y los colores del arcoiris comenzaron a surgir. “Agárrala de la punta y jálale para allá, Juanfra”. Sin dudarlo, Juanfra tomó una punta y comenzó a caminar para desdoblar la bandera. Carlos, su esposo, tomó la otra punta y comenzaron a cruzar la plaza con la frente en alto para extenderla a lo largo de la plaza.

Tener una bandera gay de 60 metros de largo no es tarea fácil. Desde saber cómo doblarla para guardarla, tener un lugar para almacenarla, tener la fuerza para poder cargarla y trasladarla a los eventos, no es cosa menor. Jaime ha llevado esa bandera de 540 m2 a 30 municipios de 26 estados de la república, por lo tanto sabe perfectamente la mecánica para exponerla y guardarla. Todas y todos seguíamos sus indicaciones. 

Nos fuimos sumando a tomar una parte de la bandera y moverla hasta que quedara extendida a lo largo de casi media Plaza Liberación. Todas y todos con la mente en alto, sin un plan específico, solamente con la consigna de mostrar que la diversidad estaba presente y que estábamos ahí para defender las libertades en Jalisco.

Nos situamos junto a la fuente cercana al Teatro Degollado; pareciera que de forma inherente la frase grabada en los alto de éste teatro nos cobijaba: “Que nunca llegue el rumor de la discordia”, frase que algunas personas interpretan como que no se debe permitir que llegue a nosotros la calumnia, los chismes o la desinformación. Justo ese era el objetivo de estar ahí este día, 10 personas, coloreando una plaza pública con el arcoiris, haciendo frente a la desinformación de grupos conservadores.

En un extremo de la bandera, de cara al grupo numeroso de conservadores, estaban Juanfra y Jaime, erguidos, con la frente en alto y con la sensación que de que detrás de ellos estábamos muchas más personas LGBT+ de las que éramos en realidad, para hacerlos fuertes en esta acción que no sabíamos en qué terminaría.

De pronto, comenzaron a llegar cámaras, micrófonos y personas con libreta en mano. Sin tener certeza cómo, los medios de comunicación comenzaron a entrevistarlos: ¿Qué es lo que proponen las iniciativas? ¿Creen que puedan pasar? ¿Cuáles son las exigencias de la población LGBT+?, a lo que Juanfra, impulsor de la iniciativa, Jaime, del Congreso Nacional LGBTTTI+ y Leonardo , de Codise dieron respuesta. “Estamos a favor de la vida, por eso buscamos que se prohíban estas terapias” “Yo viví estas terapias por más de tres años y fui testigo de personas que se suicidaron” “No queremos que los padres no puedan orientar o educar a sus hijos, eso es falsa información” y así poco a poco iban respondiendo a las falacias que los grupos conservadores llevaban de consignas.

De pronto todos los medios estaban con las 10 personas que habíamos pintado la plaza con los colores del arcoíris, a lo que dos mujeres vestidas de blanco se acercaron y comenzaron a reclamar a los medios: “¿Por qué no nos entrevistan allá?” “¿Por qué le prestan atención a tan pocas personas?” “Son imparciales y cubren los que les conviene” decían mientras caminaban detrás de los reporteros y las cámaras. Nadie les hizo caso en el momento. Después de acabar con las entrevistas dos reporteras se acercaron a entrevistarlas.

Todos los que estuvieron en la plaza se pararon al frente de la bandera, tomaron uno de sus costados, la ondearon por lo alto y miraron fijamente a las paredes del congreso, como lanzando un mensaje no hablado de aquí estamos, puede que no seamos tantos como ellos, pero estamos seguros que los derechos de las personas no se someten a consulta.

El grupo de conservadores seguían gritando y mandando mensajes a través de las bocinas que ya habían instalado. Para nosotros no quedaba más que retirarnos. Varios teníamos que regresar a trabajar, a otros ya los habían buscando de su oficina. Para los de blanco, quizá ese era su trabajo, quizá de eso dependía su ingreso, al seguir ofertando este tipo de “terapias” que son puras falacias. Para las 10 personas que pusieron en el cuerpo ante la manifestación, era una convicción y un respiro para salvar a aquellas personas que sufren violencia a diario por su identidad u orientación sexual, quienes día a día tienen que sufrir comentarios, golpes o incluso ver de cerca la muerte de otras personas a causa de este tipo de terapias.

Un grupo de evangélicos se acercó a dialogar con Jaime, a cuestionar lo que estábamos defendiendo. Duraron más de 15 minutos platicando. Ellos vestían de blanco, habían marchado y habían gritado consignas a la puerta del Congreso de Jalisco. Al retirarse, Jaime comentó que a ellos les habían planteado un contenido completamente diferente a lo que en realidad son las iniciativas. Les habían dicho que ni los padres, ni los psicólogos, ni los sacerdotes, ni los guías espirituales podrían orientar ni decir nada a los niños. La realidad es que con la iniciativa de las ECOSIG, solo se busca prohibir la impartición de estas llamadas terapias que varias organizaciones nacionales o internacionales han certificado sobre su verdadero efecto en las personas: depresión, odio a ellos mismos y en ocasiones hasta el suicidio.

No nos quedaba más qué hacer ahí. Eran las 11:30 y la sesión en el congreso estaba por iniciar. Doblamos la bandera gigante y todos nos despedimos, confiando en que al menos en esta ocasión no importaría la cantidad de los que nos manifestamos a favor de la aprobación de estas iniciativas, si no apostándole a la congruencia y el respaldo a los derechos humanos, por parte de los diputados y diputadas que tendrían que votar estas iniciativas.

Mientras caminaba de regreso por la misma calle por la que llegué, recordaba una imagen y un sentimiento que se quedará grabada en mi mente para siempre: La determinación de Jaime y Juanfra para plantarse en el espacio público, frente a un grupo de casi 100 personas conservadoras enardecidas por las mentiras de sus dirigentes. La manera en que caminaron al frente del grupo y el soporte que brindaron todos los demás, caminando hacia lo desconocido, poniendo el cuerpo por una causa legítima para ellas y ellos. Eso sin duda es un recuerdo que me pone la piel chinita y merece mi admiración. Sin ellos, no sé, incluso, si hubiera tenido la fortaleza de permanecer en el lugar.

Crónica || Ilusiones, amores y pozole de cantina.

Tiempo de lectura: 13 minutos

Cronica ciervo

Crónica cantina El Ciervo.- El presente texto fue el ganador del concurso de Crónicas Cantineras, convocado por la cantina La Occidental, en el marco de su sexto aniversario. El jurado, integrado por los escritores José Israel Carranza, David Izazaga y el periodista Jonathan Lomelí, destacó en su dictamen que “el autor incursiona con auténtico interés social en una realidad que resulta asombrosa, y, en resumen, hace ver con absoluta novedad lo que quizás tengamos a la otra cuadra de donde estemos y que jamás nos habíamos percatado de ello”.


Yo no creía en el amor a primera vista, nunca lo he experimentado; pero si lo he visto en alguien más y fue en una cantina. Lo vi en los ojos de aquél hombre que me pidió mi teléfono, que me preguntó si iría al pozole al día siguiente, que me invitó a seguir tomando en otra cantina y al que no volveré a ver. Esa noche observé el brillo de sus ojos y su sonrisa tímida que se esbozaba al conversar conmigo; pude sentir la sensación de alguien que se emociona cuando conoce a alguien y no quiere dejar de verlo por el resto de su vida.

No lo digo como un logro, lo digo como una culpa. Yo simplemente estaba ahí, sentado en El Ciervo, tomando una cerveza, mirando los cuadros de las divas mexicanas, platicando, contando mis aventuras, preguntando las suyas, con Vicente Fernández de fondo y las palabras fluyendo entre dos hombres, bebiendo en la barra de una cantina de Guadalajara.

Tiempo atrás había escuchado de una cantina llamada El Ciervo, pero nunca presté atención sobre su ubicación o quiénes iban ahí. “Fíjate que hay una cantina que está por la Calzada y casi Niños Héroes a la que siempre he querido ir, pero no he podido. Dicen que va mucho señor, como me gustan”, me comentó un amigo. Claro, El Ciervo, ¿no?, le respondí. No sé de dónde ni cómo llegó a mi mente el susodicho nombre, pero a partir de ese momento una cantina se volvió mi obsesión.

Google no daba mucha información sobre la cantina, pero sí su ubicación. Calle 20 de Noviembre, en el barrio de Analco. Al leer la dirección, vinieron a mi mente inmediatamente imágenes de mis andares nocturnos en esa zona, de todas las veces que he cruzado la ciudad por ahí, camino a casa de mis papás. El barrio de Analco es el primero que se encuentra “de la Calzada para allá”, por lo que se tiene cierto prejuicio sobre él; hoteles de paso pequeños, trabajadoras sexuales en las calles, drogadictos deambulando, tiendas de venta de autopartes de “segunda mano” (por no decir robadas), calles oscuras y la Central Camionera vieja como custodia de todo ese mundo.

Tenía años sin recorrer las calles interiores del barrio de Analco: Gante, Bartolomé de las Casas, 5 de Febrero, 5 de Mayo, entre otras. Quería ir, pero, para ser honesto, tenía miedo de adentrarme en ese mundo que había conocido de primera mano mientras estudiaba la primaria en la misma calle: 20 de Noviembre. Algo me llamaba a acudir una vez más, algo me atraía de esa cantina. No sabía ni cómo ni cuándo, pero visitaría esa cantina, lo más pronto posible.

Era un sábado a las 8:30 pm y El Ciervo rondaba mi cabeza, no me dejaba. Una cantina gay, de más de 30 años en la ciudad de Guadalajara y yo no la conocía. Dicen que el ocio es el padre de todos los vicios y de los arrebatos, y ese sábado no tenía mucho qué hacer. Sin pensarlo dos veces, agarré mis miedos, mis inseguridades y manejé hasta la Central Vieja de camiones. Me adentré en las calles oscuras y solitarias que conocía, muy distintas a la luz de día; pasé a un lado de las trabajadoras sexuales en la calle 5 de Febrero, aceleré enfrente del grupo de chicos que estaban en la esquina de 28 de Enero y Gante, di vuelta en la 20 de Noviembre, pasé por fuera de la cantina, detuve el coche un poco, vi todo muy solo y pensé en irme; al llegar a la esquina, mi instinto dio vuelta a la derecha en la 5 de Febrero, volví a pasar por la 28 de Enero, aceleré en la calle de Gante, volví a tomar 20 de noviembre; me estacioné afuera de una vecindad, ví salir a un niño descalzo con una botella de tequila en mano y a otros 5 asomarse por la ventana del departamento del primer piso; de pronto una luz me encandiló mientras estacionaba el auto.

Detrás de la luz apareció un señor de unos 60 años, delgado, estatura baja, suéter negro, camisa blanca, con lentes, peinado impecable como de Benito Juárez y con facha de bonachón, lo cual me dio confianza. Mi primer pregunta fue si era seguro el barrio. Hasta parecía que me estaba burlando de él por preguntarle eso, mientras me bajaba del coche sin dudar. Él me contestó: “Para eso estoy yo aquí”.

Me escoltó hasta la entrada, con las puertitas de madera tan características de una cantina, eso me dio un primer aire de confianza en el barrio y en el lugar. Oiga y aquí, ¿cuándo hay más gente?, le pregunté. “Pues viernes o sábados como a esta hora, o si no mañana en el pozole del domingo”. Los domingos después de las 2:00 pm, es típico el pozole en El Ciervo; se juntan a pasar la tarde entre cervezas, canciones rancheras de amor y desamor, sombreros, risas, tequilas y besos llenos de pelos de bigotes. Un escenario sin duda prometedor.

Subí unas pequeñas escaleras y lo que me recibió fue un rostro de El Heraldo, un cuadro de considerable tamaño con la foto de Verónica Castro, que te mira y hasta parece que te da la bienvenida al más puro estilo de Mala noche, no. Ok, pensé, aquí es El Ciervo, la cantina gay más antigua de Guadalajara.

Miré mi celular con cierta cautela, aún no agarraba confianza en el lugar y el barrio, y el reloj marcaba las 9:15 pm. Solo estaba yo y otros tres hombres sentados en barra, al fondo una mesa de dos barbones con sombrero, otra mesa justo en medio del lugar, con dos señores altos, barbudos y panzones, rodeados de pantallas de 50 pulgadas, que transmitían un partido de fútbol y una rockola que para ese momento emitía canciones de la española más mexicana: Rocío Dúrcal. Parece mentira que estando en pleno 2019, no nos hayamos dado cuenta que en este tipo de lugares se rompen los estereotipos desde hace mucho tiempo. Desde hace años en esta cantina se encuentran hombres que gustan de otros hombres pero no son afeminados, ven fútbol, no visten entallados, toman el tequila derecho, se agarran a putazos y son unos caballeros a la hora de conquistar a otros hombres. Lo siento 2019, El Ciervo te lleva al menos 30 años de ventaja en albergar nuevas masculinidades.

Me incorporé en la barra, el lugar de los solitarios. Saúl, el encargado de los tragos, me atendió, me llevó una cerveza, churros y pepinos. Frente a mi se desplegaban las miradas de María Félix, Angélica María, Silvia Pinal y muchas otras divas mexicanas que no identifiqué. Volteaba a la derecha y el hombre que estaba ahí me miraba y se volteaba, como temeroso; a mi izquierda estaba la entrada, vacía. No me quedaba más que observar a las divas, las mesas a mi derecha que estaban vacías, observar a los barbones gordos del fondo que se besaban, o refugiarme en mi celular. Pero no, sabía que algo me había llevado hasta ahí. Intenté platicar con el de mi derecha y nada; para ese momento no era tan “compa” de Saúl y en un afán de sacar plática hice la peor pregunta que se puede hacer en una cantina: ¿Y aquí cómo o a qué hora sirven la comida? Ni hambre tenía, lo hice sólo para convivir.

Hermoso cariño, hermoso cariño que Dios me ha mandado, a ser destinado, nomás para mí…

Chente comenzaba a sonar y nada me era más paradójico que escucharlo en medio de una cantina gay. Hace no mucho se dejó ver la homofobia de Vicente Fernández, al decir que no dejaría que le trasplantaran un hígado, porque no sabía quién era el donante y ¿qué tal si era de un gay?; sin embargo ese día estaba siendo el soundtrack perfecto para la velada de amor de unas cuantas parejas de hombres. ¡Toma eso Chente!

Más personas comenzaron a llegar, entre ellas una pareja de mujeres que se fueron hasta el fondo. Otros dos señores que se sentaron a mi izquierda, y dos hombres más que se sentaron en una mesa, casi a la entrada. Todos en sus celulares, unos viendo el partido de fútbol, otros platicando entre ellos, otros con la mirada perdida, probablemente curando el alma, y yo ahí observando, buscando la razón que me había llevado hasta ese lugar. Quizá la razón era conocer que al día siguiente tenían un pozole de cortesía con las bebidas a partir de las 2:00 pm y habría que regresar a chingarme ese platillo mexicano delicioso.

Nadie recuerda o sabe la razón por la que el lugar lleva el nombre de El Ciervo. Solo tienen en la barra una figura de cerámica de un ciervo, con el nombre de la cantina grabado, pero ni el actual dueño, ni Saúl lo sabe. Mirando fijamente la figura, recordé esos documentales de Animal Planet en los te explican la vida de los animales; hubo uno en que mostraban a los ciervos y su estilo de vida. Los ciervos hembras, por lo general se mueven en manadas, junto con los críos, y los ciervos machos por lo general están solos, en grupos de no más de cinco. Mesas de dos o tres y muchos solitarios en la barra, me recordaban esa imagen de los animales que le dan nombre a la cantina.

De pronto Saúl comenzó a platicar con uno de los dos señores que acababan de incorporarse a las especies solitarias de la barra. Luis, un doctor de 58 años, pensionado, con un centro médico en la periferia de la ciudad y asiduo visitante de la cantina. Fueron en sus ojos donde vi el brillo de quién se enamora como si fuera la primera vez.

No recuerdo cómo comencé a platicar con Luis, solo sé que interrumpí su plática con Saúl. ¡Ah sí!, fue para preguntar cómo repartían la comida en la cantina. Ups. Saúl me vio feo nuevamente y se fue. Luis me contó que después de la segunda cerveza ya te comienzan a dar comida. “Oye Saúl, hoy qué hay de comida”, preguntó Luis. “Hoy hay enchiladas de queso rojas y verdes”, respondió. !Hijo de…¡ a mi me ignoró completamente cuando le pregunté. Pero no importó, ya después seríamos amiguitos.

Luis, el doctor, es un señor regordete de estatura media, tez morena, pelo negro, crespo, lacio, bigote negro. Vestido con camisa beige a cuadros, pantalones a la cintura, cinturón negro de hebilla sencilla y celular en funda de esas que cuelgan en el cinturón. Comenzamos platicar de la cantina, de que era mi primera vez en ese lugar, y por supuesto, salió a colación el tema de los domingos de pozole, después de las 2 pm.

“¿Saúl, a qué hora está el pozole los domingos?”, preguntó Luis. “Pos después de las dos ya comienzan a llegar, y pos aquí se pasan la tarde”, contestó mientras vertía los vasos sucios en una tina de agua con jabón y limpiaba la barra. “¿Vas a venir mañana?” me preguntó Luis mientras me miraba fijamente a los ojos. No sé, pero ya se me anda antojando el pozolito que tanto presumen, le contesté. “Vente mañana. Si vienes… yo te acompaño”.

La noche corría y saqué mi celular para ver qué hora era: 10:30 pm. Al principio una silla estaba entre Luis y yo. Para ésta hora, él ya se encontraba en la silla contigua a mi. La conversación había versado sobre los detalles de lo que sucedía ahí, cómo era la dinámica, quién iba y cuándo iba más gente. Habíamos tomado mayor confianza, ya no nos importaba que nos mirara Vero Castro, La Méndez, La Doña o el ciervo que estaba a un lado de nosotros. Comenzábamos a compartir detalles más íntimos de nuestras vidas.

“¿Y tú a dónde sales?” me preguntó. El tema más evidente parecía un tema tabú. Sabíamos dónde estábamos, sabíamos qué hacíamos ahí, pero no nos animábamos a pronunciar la palabra gay. “Yo por lo general vengo aquí de precopa, y antes me iba al Condado, otro bar así de señores, ¿si lo conoces?, bueno ya lo cerraron. Pero abrieron otro, El Rodeo, ahí por Hidalgo y Federalismo”.

Había escuchado de esos lugares que me mencionaba, más nunca he sido cliente asiduo. La conversación se enfocó en él. Por muchos años ha visitado El Ciervo, ha sido testigo de cómo han pasado tres dueños por ahí. Incluso recuerda que hace mucho tiempo la barra abarcaba casi la mitad del espacio. Llevaban grupos norteños y servía de punto de reunión de lo dueños de otros bares y antros gay: del California´s, Mónicas y el Condado.

La atmósfera de una cantina, la que sea, te ayuda a generar ese espacio íntimo, en el que no importa con quién vayas, no importa quién seas, no importa de dónde vengas o a dónde vayas, siempre habrá ocasión para brindar, compartir un abrazo o entonar una canción en conjunto.

“La verdad es que me gusta venir aquí los sábados, porque es una manera de descansar un poco de la familia”. Ya estábamos en confianza Luis y yo, pero no sabía qué tanta confianza como para saber a qué tipo de familia se refería. Dudé. Me valió y le pregunté, ¿Eres casado? Soltó una carcajada y reviró “¿Por qué me preguntas eso?”. Chin, pensé que había cometido una indiscreción que podría acabar con nuestra reciente amistad cantinera. Luis siempre ha tenido muy claro su orientación sexual, a lo más que llegó fue a salir con una internista del hospital mientras hacía la especialidad, casi se casaban, hasta que reflexionó y decidió no engañarse a sí mismo ni a ella. Después de esa ocasión ha tenido parejas hombres duraderas, pero considera que las actuales generaciones no saben lo que quieren. Está soltero por el momento. Cuando habló de su familia, se refería a su madre y una hermana que viven con él.

“Y tú, ¿no tienes novio?”. Ándele, eso me pasa por andar de investigador de vidas ajenas. La plática versó en torno a cómo veíamos el compromiso de algunos hombres al buscar una relación con otros hombres, sus objetivos y que muchas veces no saben lo que quieren. A pesar de los dos ser gay, me sentía en un mundo totalmente extraño. Mi mundo era muy diferente al de muchos de los que estaban ahí, o al menos así lo sentía yo. De los lugares que yo frecuento, en ninguno me los toparía. En la vida nocturna gay, está muy marcada la brecha generacional. Muchos de los antros o bares son para chavitos, muy chavitos; uno que otro lugar para adultos jóvenes y, ahora sé, que están lugares como El Ciervo, para una generación mayor que la mía, para hombres que no encajan en el estereotipo de gay que se tiene socialmente.

Ya daban las 11:30 pm. La noche avanzaba, Luis se acercaba cada vez más, y nuestras vidas quedaban al descubierto. Otra cerveza, Saúl ya era muy dichararachero, con más historias. La cantina dejó de ser ese lugar tan ajeno que cuando llegué. Yo tenía claro que era un intruso, que había llegado ahí por una razón que no entendía, pero estaba ahí para descubrirlo. Mi historia para este momento de la noche ya no interesaba. Había otra historia, la de Luis, que era la que nos absorbía la mayor cantidad del tiempo, la mayor cantidad de preguntas y la mayor cantidad de carcajadas.

Mientras los pepinos y los churros seguían, él me comentaba las dificultades de ser gay en un mundo tan banal, visual y donde se pondera mucho la juventud de las personas. Parecía que para él ya no había mucho hacia dónde hacerse, más que deambular los fines de semana de cantina en cantina, entre tragos de cerveza, enalteciendo otros aspectos de su vida. Quizá hasta que encontrara alguien que lo conociera de manera real y profunda, dejando de lado todos los preceptos banales del “mundo gay”.

“¿Te has enamorado?”, me preguntó. Nunca creí que a esas horas, en ese lugar, una simple pregunta fuera a moverme completamente el interior, dejándome sin palabras ni explicación coherente ante una respuesta negativa. ¿Qué tienen las cantinas que hacen que se remuevan todos esos temas pendientes, que incluso, creías tenías superados? Mi respuesta fue vaga: creo que no, creo que no me he enamorado. ¿Y tú?. “Sí, he sido de relaciones largas; con uno duré 10 años, con otro 3 y con el último 2 y medio. Ahí fue donde me dí cuenta que los chavos ya no saben muy bien lo que quieren, hoy en día”.

Luis y yo estábamos cada vez más cerca. Habían bastado menos de dos horas para convertirnos en cómplices, en íntimos. Me contó que a su primer pareja la conoció en Guadalajara, con él inició un negocio de exportaciones, se mudó a vivir a Puerto Vallarta, me contó cómo su pareja eligió a Luis sobre su familia, me contó que una vez pidió a su hermano que no se metiera ni preguntara sobre la relación que llevaban ellos, me contó que eran el uno para el otro, me contó que él es el amor de su vida.

Mientras narraba todas estas historias del amor de su vida, su rostro cambió, sus ojos se iluminaron, su sonrisa se enfatizó con una alegría que denotaba mucha paz, sus manos se relajaron y su mirada se perdió en la nada. La música seguía sonando pero no la puedo recordar, sólo sus historias y cómo es que todo el bullicio de la cantina enmudeció cuando me dijo: Lo vi en una reunión y desde ese momento supe que sería el amor de mi vida, y así lo fue.

Para mi ya no existía la cantina, ni las divas, ni Chente, ni los pepinos, ni la cerveza, solo estaba esa gran historia de amor que había acabado, porque siempre lo narró en pasado; y ese día estaba ahí frente a mi, solamente recordando. Nunca había experimentado la sensación de lo que representaba el amor a primera vista, y esa noche con Verito Castro como testigo, no sólo la vi en el rostro de alguien más, la sentí, porque un amor tan grande como el que me describió, no son de los que solamente se escuchan, en este caso pude vivirlo como si hubiera sido propio.

Me sentí un intruso que no merecía ser partícipe de algo tan profundo de alguien que acababa de conocer, que me estaba abriendo su corazón y yo sólo estaba de curioso. Decidí irme. Me terminé mi cerveza y apagué mi celular. Me comencé a despedir. No me permitió pagar mi cuenta Luis, tampoco Saúl, que se convirtió en su aliado “no, todo está agregado a la cuenta del muchachón Luis”. Entendí la complicidad entre asiduos a la cantina. Tengo mucho sueño, ya me tomé varias cervezas, tengo que manejar, mañana tengo cosas qué hacer, comencé a poner pretextos para irme lo más pronto posible. Lo mismo que me había llevado me indicaba que era hora de partir. “Si quieres vamos a otro lado, te invito una cerveza.” No en serio, muchas gracias. Entendió mi decisión y no siguió. Ya estaba por bajar las escaleras que unas horas antes me dieron la bienvenida, cuando me asaltó una duda. Me regresé con Luis.

“¿Todo bien?”, se sorprendió Luis a mi regreso. Oye, pero si es el amor de tu vida, ¿por qué terminaron? no me podía ir sin el desenlace de aquella historia que no sólo me emocionó mientras la conocía, me hizo vivirla y entender la sensación de enamorarse a primera vista de alguien, y querer pasar el resto de la vida con esa persona. La historia sí tenía un final. Mientras vivían en Puerto Vallarta, tenían que venir seguido a Guadalajara por temas de la exportación. En una de esas ocasiones la pareja de Luis se vino manejando y en carretera se estrelló de frente con otra camioneta. Murió al instante. A él le tocó acudir a identificar el cuerpo. Así fue el final de su más grande historia de amor. Yo me quedé sin palabras.

“¿Me pasas tu teléfono?” Sí, claro. Mi instinto fue dárselo erróneo. No sé por qué tomé esa decisión. Quizá son esas acciones instintivas que se dan en un ambiente al que no perteneces, como yo en El Ciervo. “Deja te marco…” Híjole Luis, me quede sin batería, mira… (le enseñé el celular apagado), pero llegando a casa lo guardo y te escribo. Tuve miedo, no sé a qué. Quizá fue un miedo a enfrentarme a temas que habían sido expuestos esa noche y que me tomaron desprevenido, solo y rodeado de personas totalmente ajenas. Me despedí nuevamente.

“Oye, ¿pero mañana sí vienes al pozole de las 2:00 de la tarde?, si quieres aquí te veo”. Te escribo, Luis. Me marché. Regresé a esas calles del barrio de Analco y me alejé nuevamente, ésta vez con una promesa hecha a un amigo de cantina que me abrió su corazón y su vida. No lo sé, pero hoy que pienso en esa noche no dejan de venir a mi mente sentimientos encontrados, con un aroma a pozole. Quizá tengo que regresar un domingo después de las 2:00 pm, para ordenarlos y ponerle un final decente a esta historia deliberadamente inconclusa.

****

 

Rebeldia

Actos rebeldes

Tiempo de lectura: 2 minutos

Rebeldia

Sin pensarlo, solo siendo…

Acciones simples que se vuelven transgresoras
Sentimientos profundos que terminan siendo disruptivos
Realidades personales que terminan siendo del colectivo
Decisiones propias que terminan siendo opiniones de altivos.

Nunca creí que mis labios fueran punta de cañón
Nunca imaginé que mis caricias se convertirían en protesta
Nunca pensé que mi deseo fuera estandarte de una lucha
Y que mi sexo fuera motivo de disputa.

Un beso, el acto más lindo de amor; es el inicio de una batalla
Tomarnos de las manos, es un posicionamiento social
Lo privado se volvió objeto de estudio público
Mi cuerpo y mi sexualidad en una disidencia cultural.

De pequeño entendía la rebeldía como algo arrebatado
Hoy veo que en nosotres, es algo natural, que no hemos elegido
Que no hemos sopesado, sino que simplemente nos lo han adjudicado.
Qué difícil convertirte en algo que nunca imaginaste, que nunca deseaste.

Todos tienen opiniones sobre nosotres y nuestra forma de amar
Muchos incitan a debatir sobre lo que somos
Nos piden explicaciones de cómo amamos, cómo pensamos,
Cómo nos erotizamos. Nuestro silencio, se vuelve rebeldía.

Piden argumentos y diálogo para explicar nuestra naturaleza
Para describir algo que es inherente a nosotres
Algo que no sabemos cómo llegó y que simplemente nos hace ser.
La falta de argumentos científicos y respuestas, nos hace anarquistas.

Vivimos en constantes actos rebeldes, no por elección propia,
Sí por decisión de otros, sí por su temor a lo diferente,
Sí por intolerancia a no quieren respetar,
Sí por ser nosotres, sin que eso les pueda afectar.

Ser homosexual, bisexual, transexual o queer lo consideran rebeldía
Consideran que lo hemos elegido, por alguna razón.
Más bien, creo que nos consideran sadomasoquistas,
¿Por qué habríamos de elegir la persecución, la estigmatización,
la opresión y una lucha social constante? ¿adictos al dolor? ¿propia decisión?.

De niño, pensaba que los rebeldes lo hacían por elección
Para abanderar una lucha social y cambiar estatutos culturales;
Me imaginada estrategias, batallas, resistencia y enfrentamientos.
Nunca creí que ser yo mismo, me llevara a vivir actos rebeldes constantes,
En los que no tengo que pensar, planear o deliberar en lo más mínimo.

Nada. Hoy he aprendido que el mayor acto rebelde, es ser yo mismo.

Por: Rob Hernández / @Robsmx

Junio 2019

robsmx

Playas que no son playas

Tiempo de lectura: 2 minutos

robsmx

De pronto había querido regresar a aquél lugar parecido a una playa, donde era “alguien” para mí mismo, donde no importaba lo demás, sólo lo esencial.

***

Donde los días se vivían, no pasaban solamente; donde se disfrutaba cada momento, cada detalle; donde ir a caminar sin sentido, era el mayor de los placeres no planeados. Caras, nombres, sonrisas, arena y una playa, que no era una playa.

Personas que se congregaban ante un mar, ante un sol, ante una búsqueda de ser, de ser “ mismo” y no lo que los demás quieren. Una búsqueda que podía tardar uno, dos, tres, doce, cien meses o toparte con el final de una búsqueda que creías no tenía final.

Mis pies descalzos no pararon de ir de un lado a otro, mi piel pálida no se escondió del sol, ése que estaba detrás de las nubes. Mi mente no dejaba de pensar que estaba en una playa, que no era playa.

Una playa donde el sexo dejaba de ser esa fórmula que llenaba el vacío que teníamos dentro y se convertía en diversión, en reto, en placer, en pasión.

Una playa donde las miradas entre dos, podía ser el clímax de una historia de amor, que quizá en otras vidas tuvo lugar en algún bosque – que no era bosque-, o algún castillo, que quizá tampoco era un castillo.

***

Mi historia no terminaba ahí, tampoco comenzó, mi historia quizá nunca fue ni será contada, y menos leída. Quizá.

Quizá mi visita a esa playa nunca sucedió; quizá mi visita a esa playa espera una segunda parte que se convertirá en La – con mayúscula- historia de amor, que no es amor,  y que será contada por el más grande autor de todos los tiempos.

Así fue mi paso por esa playa que no es una playa, que es el lugar donde los sueños, las aspiraciones y los muchos yo´s de miles de jóvenes y de personas se encuentran; donde cada uno tiene su tiempo, su espacio, su pensar, su futuro y sus aspiraciones. Por eso digo que esa playa no es una playa, es el lugar donde encontré a un Yo que desconocía, y que desafortunadamente tendré que regresar  a buscar una parte que deje nadando en las aguas turquesa, bajo una lluvia constante al ritmo de un beat electrónico, una tarde de enero.

Por Rob Hernández / @robsmx

Enero 2014

Soy de mar, citadino.

Tiempo de lectura: 1 minuto

robsmx
Siento el mar, siento la calma

siento la cadencia, siento el calor

siento el sabor, siento la arena

siento tu olor… siento tu olor…

Me han dicho que los que somos de mar tenemos una cadencia especial,
una cadencia al vivir, al amar, al salir, al correr.

Yo sé que la genética de los que somos de mar es diferente,
sabemos mirar al horizonte y proyectar nuestros sueños,
sabemos tener los pies en la tierra, por lo general, enterrados en la arena.

Los que somos de mar nos solemos desvelar escuchando nuestras emociones,
solemos caminar bajo la luna con sentimientos a flor de piel,
solemos cantar con los ojos cerrados,
solemos perder la mirada cuando una canción nos llena.

Los que somos de amar no cerramos los ojos al besar,
observamos, escuchamos y desciframos.

Los que somos de mar suspiramos y soñamos
en colores nítidos con un poco de blur.

Los que somos de mar no somos de aquí ni de allá,
nuestro bautizo fue una noche en la playa al sonido de las guitarras,
con una voz de mujer cubano-francesa
y una luna que fungió como la joya heredada décadas atrás.

Y ahí, solamente ahí, el mar nos adoptó.

Por: Rob Hernández / @Robsmx

Agosto 2014

llegará un momento

Llegará un momento

Tiempo de lectura: 2 minutos

llegará un momento

Llegará un momento en que guardarás silencio

parado ahí, con la ciudad de fondo y el viento recorriéndote,

inmutado mientras dejas tus sentidos andar por el piso 23.

 

Llegará un momento en que cerrarás los ojos

y no harás nada más que sentir mi boca

por tu cuerpo, a la par del viento en las alturas.

 

Llegará un momento en que gimas sin temor

y no tendrás más visión que las luces de la ciudad

que como poros de la piel, se encienden cada vez que te toco.

 

Llegará un momento en que tus manos caminarán

sobre mi torso, pidiéndome cercanía como la gravedad al suelo

con una fuerza y necesidad que no me podré rehusar.

Llegará un momento en que tu pelvis sea mi horizonte

y mi boca se llene de tu pasión inferior

mientras tu cabello se alborota bajo la luz de la luna.

 

Llegará un momento que nuestra conexión irá más allá

de la luna, las estrellas y la ciudad, siendo nuestro cuerpo

el canal inmediato que hablará por nosotros.

 

Llegará un momento en que todo termine

sólo en el plano físico, porque las emociones seguirán

cada que el viento nos envuelva o una luz de la ciudad encienda.

 

Llegará un momento en que dejes de ser mío,

escapando de mis manos hacia el cuerpo cotidiano

que te llena de calor en cada amanecer.

 

Llegará un momento que me invada la nostalgia

y recuerde el piso 23, el viento y las luces de la ciudad

abrazando el recuerdo que se esfuma al parpadear.

 

Por: Rob Hernández / @Robsmx

Octubre 2018