Lisboa.- Al dejar el tren, en el centro de la ciudad, me pude dar cuenta que ella llevaba ahí más años de los que me imaginaba y tenía más historia de la que conocía.
Se sostuvo frente a mi esa señora elegante, con un aire de decadencia que aun reflejaba sus años de gloria que vivió, ahora desaparecidos. Pero siempre estuvo de pie para enfrentarse, arriesgarse, conquistar y seguir lo que su intuición le indicaba. Algunas veces triunfó, otras veces perdió, pero ahí está sonriente y llena de secretos que te erizan la piel.
Lisboa, la gran ciudad del río Tajo.
Sólo pude estar por corto tiempo en Lisboa, tuve un día y una noche para descubrir los secretos que tenía para mi. Me prometí volver en la primera oportunidad.
Me instalé en el hostal y lo primero que hice fue salirme a caminar. Siempre he creído que la mejor manera de conocer una ciudad es caminarla lo más que los pies nos lo permitan. El lugar elegido para esa noche era el Mercado Da Ribeira. Ubicado junto a la orilla del Río Tajo, uno de esos mercados con gran historia que han sido remodelados y han creado un espacio muy chic para degustar la gastronomía de la ciudad.
La decisión era difícil entre tantos restaurantes, donde todos te ofrecían la “comida típica de Lisboa”. Me decidí por probar el bacalao de un lugar donde me me explicaron los platillos con un portuespanglish básico para comunicarse con los turistas, como yo.
Dicen que cuando viajas solo te pasa todo, menos estar solo. Mientras caminaba debajo de una estructura de metal antigua, vestida con una decoración muy contemporánea, conocí a Manuel. El era un hombre cubano radicado en Colombia que se encontraba sentado junto a mi, en las mesas comunales. Ahí lo conocí, donde la tradición y los placeres gastronómicos están al servicio de los paladares más exigentes.
– Salud ¡¡¡
– Ammm – levanto torpemente mi vaso de refresco.
– Así no se brinda y menos en Lisboa.
Pidió dos copas y una botella de vino blanco portugués, para probar los productos locales. Mientras brindábamos, intercambiamos experiencias de viaje y conocíamos más de cada uno. El llevaba viajando mes y medio por varias ciudades de Europa a manera de un “break” que tomó en su vida personal y profesional.
Manuel se encontraba en una etapa donde necesitaba un respiro.
“Tenía mi pareja, ya no, tenía un muy buen trabajo, lo dejé, tengo mis amigos, pero… (siempre hay un pero acompañado de un silencio corto pero profundo) había algo que me decía que tenía que salir de mi zona de confort. Decidí vender un departamento que tenía y emprender un viaje de 3 meses por Europa, ésta es mi sexta semana”, me platicaba Manuel mientras giraba el vino de su copa para airarlo.
Muchas veces los viajes te dan lecciones en el momento que menos te lo esperas. En ese momento me sentí muy identificado, ¿cuántas veces nos hemos atrevido a tomar riesgos y seguir nuestros instintos?, a hacer realidad nuestras corazonadas y apostarle a nuestra intuición.
Esa noche Manuel se convirtió en mi compañero de viaje y de fiesta, nos fuimos por los bares de Lisboa. Era martes, pero eso no impidió encontrar lugares llenos de vida, de personas disfrutando de la noche que les entregaba la ciudad. En ese momento y por esa noche, también era mi ciudad.
Al despedirnos decidí caminar para regresar al hostal y ver qué más me deparaba Lisboa, sus secretos de una noche de martes. Al día siguiente la conocería bajo el sol, brillante y rozagante, en pleno apogeo. Pero en ese momento era de noche, el momento ideal para que las ciudades te cuenten otras historias en medio de la calma que nos brinda la luna.
A la mañana siguiente.
Me dispuse a recorrer los barrios y las atracciones que tiene Lisboa, subir y bajar sus calles, conocer el Castillo de San Jorge, caminar el inigualable barrio de Alfama y ver el atardecer en la Plaça do comercio. Fue impresionante conocer su historia, incluso más ancestral que la misma Roma, y el importante papel que tuvo en el descubrimiento del “nuevo mundo”.
Ése día aprendí algo muy importante de una dama que ha sido referencia mundial, que se ha caído y que se ha levantado, que ha sufrido y que ha gozado. Una dama que encuentra su deleite en que propios y extranjeros conozcan su historia; los cuida y los arropa para que se sientan como en casa.
Sus calles me susurraron una verdad que la hice mía en ese mismo momento: todas las ciudades tienen secretos que quieren contar, lo único que tenemos que hacer es dejarnos seducir por su historia, acariciarlas, caminarlas y estar atentos para que nos muestren lo que tienen guardado para nosotros.
Cada persona y cada visita es una historia diferente, con versiones distintas de una misma ciudad.
Quedé para cenar con Manuel.
– Y ¿qué vas a hacer ahora que termines el viaje?
– No sé, dejaré que la vida me sorprenda. En éste viaje me ha sorprendido bastante y creo que lo hace muy bien.
Cada quien siguió su rumbo. Yo regresé y él continuó visitando otras ciudades. Sus palabras se quedaron muy grabadas en mi. Un miércoles, en Lisboa, comiendo bacalao las hice parte de mi.